Mis ojos ya no ven figuras ni elementos, ni personas ni sentimientos. No puedo distinguir donde estoy ni a quien tengo al lado. Quiero andar sin remordimiento, sin sueños ajenos ni esperanzas perdidas, quiero volver hacia atrás y caminar hacia delante, voltear la cabeza, ver quien llega y saludar a quien se va. La oscuridad, nuevamente conmigo, es mi fiel compañera. Quiero ver claridad dentro de mis ojos, sentir orgullo de lo que tengo y olvidar lo que deje. Pero ahora me encuentro acá, no sé que día ni que hora es, pero poco me importa, no sé cuanto tiempo pasó ni cuan dañada estoy. Mi cabeza se ha ido a otra parte. Mi cuerpo es como un pequeño tejado a punto de quebrarse. Mis sentimientos son imposibles de reconocer, mis sueños son los de otros y mis dolores son imposibles de apaciguar. Seria capaz de ofrecer hasta lo que no tengo por mirar el cielo nuevamente, para poder deleitarme con las decorativas nubes que nos protegen día y noche sin pedir ni siquiera un poco de atención. Trato de escapar hacia algún lugar donde pueda descansar solo un rato, donde pueda apreciar el paisaje y llenarme de éste.
Ya resignada, me siento a ver el negro cielo sin estrellas, solo acompañado por la luna de paso, observo caras desfiguradas, sólo caras de él, miles de pequeñas y grandes caras con su sonrisa. Quisiera tocarlo como nunca hice, corregir su sonrisa, pintar sus ojos para que solamente mire los míos y hacer que se quede junto a mí como siempre estuvo. Nunca se lo pude presentar a nadie, nunca hubo alguien a quien presentar, sólo él y yo, los otros solamente eran otros y no podían apreciarlo. Mi razón es tan incierta como mi corazón, sólo que a este se me es imposible pedirle un poco de lógica. Siento cada vez menos mis latidos, igual no los necesito, creo oír solo zumbidos.
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